Vivimos dentro de una sociedad, desde nuestros inicios como especie, hemos aprendido que nos resulta más seguro hacerlo así. En un principio, se basaba más en un tema de necesidades básicas, el vivir en un mundo inhóspito y peligroso hacía que el hecho de pertenecer a una tribu fuera lo que permitía la supervivencia. Ahora que nuestro mundo es, en principio más seguro, la convivencia con los demás permite, aparte de esa supervivencia (no hay que olvidar que los seres humanos, los primeros años de vida no podemos sobrevivir sin los cuidados y protección de los adultos), bienestar a otros niveles. El afecto, el cariño que nos brindan los demás, nos permiten desarrollarnos y convierten la relación con los demás en una necesidad en sí misma.
Esto nos lleva a que la aceptación social sea un objetivo, en mayor o menor medida, para tod@s. En nuestra educación, tratan de inculcarnos la importancia que los demás tienen en nuestras vidas y que hay que tenerles en cuenta a la hora de hacer las cosas: “qué van a pensar los demás si….” ,“si te comportas así no te van a querer…” y mensajes similares que nos llevan a tender a adivinar qué piensan los otros en muchas situaciones para preverlo y así modificar nuestro comportamiento para que “nos quieran”.
Por ejemplo, a la hora de DECIR «NO», cuando hemos de hacerlo las frases que hemos comentado antes y otras muchas acuden a nuestra cabeza. Por ejemplo, si alguien nos pide un favor y no nos apetece hacerlo, a veces cedemos porque no queremos que el/la otr@ se sienta mal o se enfade con nosotros. Por la educación recibida, hay quien piensa que negarse a algo es de malas personas, o desconsideradas. Entonces, ¿dónde quedamos nosotros?Las relaciones sociales implican que tengamos que establecer un equilibrio entre los gustos, opiniones y preferencias de las personas que nos rodean y los nuestros. Esto es lo que en Psicología conocemos como ASERTIVIDAD. Aunque llevarse bien con los demás es muy importante, ¿quién va a velar por nuestros intereses si no lo hacemos nosotros? Y, sobre todo, si nos nos respetamos a nosotros mismos ¿cómo van a hacerlo los demás? Somos los principales responsables de nuestro propio bienestar, por lo que hemos de tenernos en cuenta.
El decir siempre que “sí” puede que, en un principio, nos granjee los afectos de los demás, pero a medio largo plazo, nos generará una gran frustración porque no lograríamos nunca lo que nosotros queremos si es diferente a lo que los demás esperan. Esa frustración se convertiría en un estado o bien de tristeza o bien de enfado hacia los demás y ninguna de estas dos situaciones nos llevarían a tener una buena relación con nuestro entorno.
CÓMO DECIR QUE NO
- Sopesar. Decidir qué queremos, esto es, dónde están nuestros intereses, nuestros límites. No se trata de cambiar un “sí” constante por un “no” sin meditar. Sopesaremos en cada caso el coste y beneficio de cada decisión, a nivel personal y el resultado nos ayudará a elegir la respuesta.
- Eliminar la culpa. Atender a las veces que los demás también nos dicen que “no”, no siempre nos hace gracia, pero en general podemos respetarlo. Los demás tenderán a hacer lo propio con nosotros, así que no tenemos por qué sentirnos culpables cuando lo hagamos.
- Practicar. Esto es, hacerlo las veces en las que tengamos oportunidad, como todo en esta vida, cuanto más practicamos más fácil nos resulta hacerlo y decir “no” no es una excepción.
- Aprender a negociar. Puede resultar más sencillo decir que no, en ocasiones si se aprende a proponer alternativas a la otra persona. Es un “no” pero le das una salida que puede ayudar con la sensación de malestar.
- Recompensarse. Porque como en todo cambio, el reconocer y valorar los progresos ayuda a mantener los resultados obtenidos y a mejorar la imagen que tienes de ti.
- Reafirmarse en las decisiones. Mantenerse firme en la posición decidida. A veces, la respuesta de los demás puede dificultar esta misión.